TIME


S
i hay algo que me tortura constantemente es el paso del tiempo. O sea, no es que tenga miedo a envejecer, mi temor se localiza en la utilización del tiempo en forma eficaz. Ya de pibe luchaba contra este trauma estudiando materias engorrosas como Matemáticas o Física con los auriculares conectados al grabador escuchando atentamente los arreglos de cada tema y con el rabillo del ojo chispeando la tele. 3 en 1. Vencida la adolescencia me dediqué a la música, con lo que mi tiempo libre era mayoritario y me daba cargo de conciencia el hacer lo que todo aquel que tuviera un trabajo de oficina guardaba para sus fines de semana: ver películas, jugar al futbol, salir a caminar, leer, vivir a contramano del segundero. El quiebre principal se dio al juntarnos por los 10 años de egresados del secundario con mis compañeros de curso. Primero, viendo como los años se iban marcando en sus rostros de forma desigual a la que yo creía era la mía al mirarme todos los días en el espejo y luego analizando la ecuación temporal que no me cerraba; 1 decada de vida para el calendario = menos de un año en mi subconciente.
El tiempo nos devora y nuestra función es ralentar las agujas. ¿Cómo hacer que el reloj ande mas lento? Haciendo lo que a uno le gusta, creando eventos que recordemos como cosas gratas en el futuro, prefiriendo lo distinto a lo cómodo. La rutina es el envejecedor por excelencia no tanto de nuestro cuerpo como lo es de nuestra alma.

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